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“Cada Ave María es como una gota de agua fresca que cae sobre el purgatorio. Cada rosario es una cuerda que eleva un alma más cerca del Cielo”.
En el episodio anterior, reflexionamos sobre el poder sagrado de las oraciones budistas por los difuntos. Hoy, nos adentraremos en otra conmovedora historia, compartida por un cristiano devoto. Una noche, mientras estaba sentado en la quietud a la que se había acostumbrado desde hacía mucho tiempo, una voz repentina y urgente resonó de la nada. Una voz temblorosa y urgente parecía provenir de muy lejos, pero también de cerca, del reino invisible, pero resonando claramente en mis oídos: “Por favor, reza por nosotros”. Mi corazón se detuvo. Miré a mi alrededor, la habitación estaba vacía, no había ni un alma a la vista, solo la luz parpadeante de una lámpara de aceite que bailaba sobre la superficie de la vieja mesa de madera. Cerré los ojos, pensando que tal vez estaba soñando, pero la voz volvió a sonar, esta vez más insistente, cargada de una una gran tristeza y nostalgia: “Por favor, reza, reza por las almas del purgatorio”. En el cristianismo, el purgatorio se considera un lugar temporal de purificación, donde las almas con pecados menores o cargas sin resolver se someten a una limpieza antes de llegar al cielo. Al presenciar este extraño suceso, el hombre se sintió inicialmente abrumado por el miedo. Sin embargo, casi de inmediato, una suave ola de paz comenzó a llenar el aire, como si el Amor de Dios Mismo estuviera abrazando su alma. En lo más profundo de su ser, sintió que era el Señor Quien había permitido que este espíritu se acercara a él para revelarle un mensaje Divino. El espíritu comenzó a hablar. Dijeron que, con el permiso de la Virgen María, se les había permitido regresar para encontrar a alguien que los escuchara, alguien que pudiera transmitir su súplica. El espíritu dijo: “Anhelamos las oraciones de los vivos. Una misa ofrecida a Dios puede liberar a muchas almas del sufrimiento. Un rosario, un Ave María, actos aparentemente pequeños, nos reconfortan enormemente. Las almas huérfanas, aquellas que nadie recuerda, son las que más sufren. Por favor, recuerden rezar por ellas”. Después de ese extraordinario suceso, la fe del hombre en el poder salvador de la oración se hizo aún más fuerte. Cada noche, ofrecía sinceramente sus oraciones a Dios, enviando bendiciones a las almas del purgatorio, especialmente a aquellas que anhelaban ser liberadas. También animaba a su familia a unirse a él en la oración, para que juntos pudieran compartir la misericordia divina que fluye del amor infinito de Dios hacia cada corazón humano. Después de muchos días de oración devota, ocurrió algo milagroso. Por la gracia de Dios, el mismo espíritu regresó y le reveló la historia de su vida terrenal. “En mi juventud fui un atleta fuerte, sano y lleno de vitalidad. Pensaba que no necesitaba a nadie, ni siquiera a Dios. Empecé a menospreciar a mis amigos, descuidé mis oraciones, y rara vez iba a la iglesia. El orgullo creció gradualmente en mi corazón, oscureciendo la luz de la fe”. Hubo un momento en que mi cuerpo se debilitó y pensé que Dios me había abandonado. Pero cuando recuperé las fuerzas, me volví aún más arrogante. Incluso desafié al Mismo Dios, pensando: “Ahora soy fuerte. No puedes llevarme”. Fue entonces cuando cometí mi pecado más grave: el pecado del orgullo. La muerte me llegó de repente, sin previo aviso, sin confesión, sin oportunidad de volver a Dios. Esa alma relató la historia de su vida con profundo remordimiento. Mientras aún estaba entre los vivos, no había logrado reconocer el poder de la fe en Dios. Así, al abandonar este reino terrenal, vagó confundido, anhelando volver al abrazo del Señor. El alma compartió entonces: “Ante mí se extendía un mar de pecados, mientras que en mis manos solo tenía unas pocas buenas acciones: una sola reverencia ante el Santísimo Sacramento, unos cuantos Ave Marías rezados apresuradamente. ¡Temblaba de miedo! Y aunque la justicia de Dios es absoluta, su misericordia es infinita. Por intercesión de la Virgen María, me libré de la condenación eterna, pero fui condenado a cincuenta y cinco años en el infierno, seguidos de sesenta y nueve largos años en el purgatorio”. El alma también expresó su profunda gratitud al hombre devoto. Cada Ave María que rezaba, cada Santa Misa que ofrecía con un corazón sincero, se convertía en una suave brisa que calmaba las llamas purificadoras del purgatorio y acercaba al alma a la radiante paz de Dios. A través de este encuentro Divino, el propio hombre experimentó una profunda transformación interior: Resulta que cada vez que rezamos por los difuntos, nos convertimos en instrumentos a través de los cuales Dios les abre las puertas del Cielo. En las noches siguientes, el espíritu me recordaba a menudo: “Comparte esta historia para que la gente sepa que una vida de orgullo conduce a la ruina, mientras que una simple oración puede convertirse en un puente hacia la salvación”. El espíritu también me aconsejó: “Recuerda a tus abuelos, a tus padres y a tus seres queridos que han fallecido”. No dejes que permanezcan huérfanos en el purgatorio, pues incluso una sola oración puede brindarles consuelo”. Tras muchas noches de encuentros con esta alma benevolente, el devoto hombre llegó a comprender una profunda lección sobre el valor sagrado de cada acto de amor y humildad ante Dios. Comprendió que cada reverencia de gratitud por la Gracia Divina, cada confesión sincera, e incluso el más mínimo acto de bondad tienen un mérito eterno a los ojos del Señor. A partir de entonces, sus oraciones del Santo Rosario se hicieron aún más sinceras, ofrecidas por las almas olvidadas que anhelaban alcanzar la Luz del Cielo. Antes de ser misericordiosamente recibida en el Paraíso, el alma le dejó un último mensaje. “Reza, sé vegano y haz buenas obras. Incluso un pequeño acto hecho por amor a Dios puede aligerar la carga del pecado”. El espíritu enfatizó: “Cada Ave María es como una gota de agua fresca que cae sobre el purgatorio. Cada rosario es una cuerda que eleva un alma más cerca del Cielo”. Qué conmovedor es darse cuenta de que ninguna oración se desperdicia jamás, y que ningún acto de amor o pequeña bondad pasa desapercibido para el Señor. Como hemos visto, la oración sincera tiene el poder de guiar a las almas errantes hacia la paz y la redención. Pero, ¿hasta dónde llega ese poder y quién puede beneficiarse realmente de él? La Maestra Suprema Ching Hai (vegana) comparte profundas reflexiones sobre los poderosos efectos de la oración. Cuando las personas rezan, eso tiene un efecto. (Sí). En una religión, tal vez el cristianismo y también el judaísmo, hay algunos días en los que los fieles se reunen o se quedan solos en casa para rezar por alguien, cualquiera, los conozcan o no. Hay personas que no tienen a nadie que rece por ellos. (Sí). Thương khó. No sé cómo se dice eso en inglés. Es el día en que se reza por aquellas almas que están perdidas, que no tienen a nadie, que no creían en Dios, o que no hicieron nada bueno en absoluto como para que alguien se acuerde siquiera de rezar por ellos. […] Entonces, ese día, los cristianos o los judíos rezan por este tipo de personas, los conozcan o no. Pero si te conocen, rezan por ti, lo que sería aún mejor para para las oraciones, así como para los “que oran”. Sí, Maestra. Ambos se beneficirán. Pero las oraciones tienen más beneficios para los “orantes”. Así lo dice el sutra budista. Por ejemplo, si rezas y obtienes méritos de las oraciones del sacerdote por tí, por alguien, entonces tienes dos tercios. Y el que está muriendo o por el que se está rezando obtiene un tercio del beneficio. (Sí, Maestra). Así que ambos se benefician. Nuestra más profunda gratitud a la Más Misericordiosa Maestra por compartir estas preciosas enseñanzas y guiarnos en la práctica de la oración sincera. Como hemos aprendido, la oración beneficia no solo a aquellos por quienes rezamos, sino también a nosotros mismos, creando un flujo compartido de gracia y mérito. Cada oración sincera, cada acto de amor y compasión, conlleva bendiciones que van mucho más allá de lo que podemos ver, y que afectan tanto al ámbito espiritual como al material. Que sigamos ofreciendo nuestras oraciones con compasión y humildad, llevando paz a las almas errantes, luz a los olvidados y serenidad a nuestros propios corazones.










